jueves, 21 de mayo de 2009

EL ULTIMO ENCUENTRO

Capítulo 16.
EL ULTIMO ENCUENTRO.
Al empezar Septiembre de 1980 fuimos llamados al último encuentro.
Nos trasladamos hacia el interior de la tierra genovesa.
Llegados al lugar vimos el disco que parecía un milagro en aquel día gris. Tres figuras humanas se acercaron hacia nosotros, que esperábamos en pie en la hierba del prado. Mi corazón estaba alborotado y se consumía pensando que no los volveríamos a ver más tan cerca.
La vista de la Virgen, de aquella Criatura Divina que tenía tanto Amor como para venir a visitar a los hombres de la Tierra tan humildemente, y su belleza sobrenatural me conmovieron hasta el punto de que a duras penas pude contener las lágrimas. Mis hermanos estaban visiblemente conmovidos y tenían los ojos puestos en los tres visitantes. No era como cuando nos encontrábamos en el mundo visitado por nosotros. Sin embargo, la Virgen estaba ante nosotros como entonces y el corazón nos ardía con un Amor extasiante y purísimo.
La Virgen sonrió y dirigió su dulcísima mirada hacia nosotros. "Bueno", dijo, "todo está cumplido; estáis preparados para vuestra misión, para dar testimonio de cuanto habéis visto y oido. El Espiritu de Dios os ayudará".
Me sentí tan pequeño e imperfecto frente a aquella dulce Criatura, que no me atrevía a hablar. Ella esperó y sonrió otra vez y asi vencí cualquier titubeo.
“¿Qué tendremos que hacer?", pregunté. “¿Y cómo vamos a hacerlo?”.
Quedó recogida con su expresión más suave como para darnos tiempo a prestar la mayor atención y luego dijo: "No importa hacer programas humanos. El Espiritu os conducirá y os enseñará qué hacer y qué decir. Ahora sabéis. ¿No habéis visto con qué sencillez os hemos llevado a semejante experiencia?. Pues bien, éstá es la mayor lección del cielo para vosotros, hijos: la sencillez, que es humildad".
Repitió como en una melodiosa insistencia: "Sencillez, sencillez, sencillez y humildad".
Una paz profunda recorrió mi ser y procuré disipar cualquier pregunta sobre el porvenir de la misión que se nos había confiado y que se debía llevar a cabo ahora. La Virgen dijo otras cosas: Rafael y Firkon seguían atentamente sus palabras y de vez en cuando sonreían.
"Ya otras veces se nos ha hablado del libro que tendrá que publicarse", pregunté, “¿Qué debemos hacer?”.
"¿Qué importa ahora el libro? ", respondió Ella dulcísima. "El editor vendrá y el Espíritu lo guiará también a él, que lo publicará según la voluntad del cielo. Sed sencillos, para que Dios pueda siempre guiar vuestros pasos".
Era cerca de mediodía. Las nubes que cubrían el cielo se abrieron, y el sol asomó deslumbrador entre las densas nubes y vapores. La Virgen apareció investida de aquella luz dorada. Su belleza era maravillosa y abrasaba el corazón. Instintivamente nos arrodillamos. Firkon, rezando, dijo: "El Angel del Señor llevó el anuncio a la Virgen María".
"Y Ella concibió por obra del Espíritu Santo", resonó la voz de Rafael.
Estábamos todos de rodillas, hermanos de la Tierra y Hermanos del Espacio, en torno a la Virgen que estaba de pie y había unido las manos aIzando sus ojos Iuminosos al cielo. Su vestido parecía de seda azulina purísima y no mostraba costuras.
En el lado un cinturón de tela blanca le sujetaba la cintura. El vestido tenia mangas anchas recogidas en los puños. Los cabellos, entre rubios y castaños, le caían por los hombros y a lo largo de la espalda.
Rafael vestía una túnica color oro que a veces parecia asumir tonalidades entre el amarillo oscuro y el marrón. Firkon vestía un “chandal” amplio color caqui. Ambos calzaban sandalias de color parecido al cobre, mientras que la Virgen tenía los pies desnudos.
Rafael empezó a recitar el Ave María. Lo seguimos todos juntos en la oración, y el corazón se llenó de una dulzura indecible. Hubiera querido permanecer así, frente a aquella Criatura sublime, sin tener que volver a levantarme ya, tanta era la alegría que tenía en el corazón y la sensación de que con Ella podríamos volver al Espacio. Pero Ella nos invitó, con una leve señal de las manos, a levantarnos.
“Seréis poco comprendido por los hombres”, dijo, “pero los que quieran comprender, os escucharán. Muchos que creen en Dios os acusarán de profanación, porque habéis osado presentar realidades celestes y criaturas sobrenaturales en forma cósmica. Les preguntaréis por qué Dios mismo quiso bajar al Cosmos y asumir sobre la Tierra figura humana. No temáis: el Espíritu os guiará y os dará ayuda, que se dará también a quien se ponga al servicio de Jesús y de su causa que es la de vuestra salvación”.
La Virgen nos dijo aún muchas cosas referentes al tiempo futuro, a la misión que se nos había confiado, y nos hizo tomar conciencia de algunos problemas que tendríamos que afrontar a lo largo del camino de nuestro testimonio.
"No tenéis nada que temer", dijo. "Daréis vuestro testimonio. Sed humildes y servid a vuestros hermanos, igual que Dios nos sirve a nosotros y nosotros os servimos a vosotros. Yo estaré siempre cerca de vosotros y os ayudaré como una Madre”.
Nos dijo otras cosas y nos hizo otras recomendaciones con la dulzura y el cuidado de una Madre y de una Hermana, con sabiduría y prudencia. Luego nos bendijo imponiéndonos las manos, nos sonrió y, mientras estábamos todavía de rodillas en la hierba, se alejó con Rafael y Firkon.
El disco voló como un rayo. Sentíamos en el corazón una gran paz y hubiera llorado, porque sabía que éste había sido nuestro último encuentro.

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