jueves, 21 de mayo de 2009

EL PRODIGIO DEL SOL.

Capítulo 11.
EL PRODIGIO DEL SOL.
El 29 de Junio de 1980 invité a los amigos a una excursión a Bracco; y con ellos, por primera vez, vino también Gianna. Sabía que los Hermanos nos darían un signo de su presencia, y por ésto acordé con Tina que me adentraría solo por la montaña, esperando aunque sólo fuese un breve encuentro.
A las tres de la tarde salíamos del control de peaje de Levante para subir a las montañas.
Después de algún tiempo, llegamos a un claro entre dos pinadas. Aparcamos los automóviles y subimos a pié por la abrupta costa. Allá arriba todo era muy bello, y los ánimos estaban alegremente excitados.
Cuando llegamos a lo alto, nos sentamos en la hierba para tomar un bocado a la espera de que los Hermanos del Espacio se mostrasen de algún modo. Más tarde, puesto que nada sucedía, me relajé, y subí un poco más arriba. Entretanto vi formarse en el cielo una nubosidad irregular, y el sol se escondió detrás de las nubes: comenzó a bajar una niebla cada vez más densa, mientras la temperatura bajaba repentinamente. Comencé a estar preocupado del silencio por parte de los Hermanos: no habíamos captado ningún contacto. Volví a bajar donde estaban Tina y los otros. Allí hacía menos frío, pero el aire no era caliente y la humedad molestaba. Rogué mentalmente a los Hermanos para qué nos diesen al menos un signo de su presencia, pero el silencio se prolongó hasta las cinco. No lograba explicarme qué estaba sucediendo, y me asaltó la duda de haber comprendido mal alguno de sus mensajes. Me excusé con los demás, y les dije que no sabía qué pensar. Los Hermanos no daban señal de darse cuenta de nuestra pena. La niebla bajaba cada vez más densa, y yo propuse que volviésemos a los automóviles a la espera de alguna indicación.
No había terminado siquiera de hacer esta proposición, cuando oí en contacto cósmico la voz de Rafael, el cual me dijo una frase que ya había oído otras veces. "Hombre de poca fe", me reprochó dulcemente, "¿por tan poco te disilusionas? Esperad aún. Mientras tanto os mandamos un poco de sol".
Después de algunos minutos la niebla empezó a aclararse, y un templado sol calentaba el aire cuya temperatura subía sensiblemente. Me sentí verdaderamente un hombre de poca fé y admití delante de todos mi impaciencia.
Nos trasladamos todos más arriba, hasta el lugar donde yo había ya subido solo. El cielo se había puesto azul y los negros nubarrones se alejaban cada vez más. Estábamos más alegres: Nico tenía ganas de reir, quizá excitado por la alegría de sentirse en contacto con los Hermanos del Espacio. Nos sentamos sobre la hierba, y yo me puse a admirar aquel paisaje extraordinario formado por pinos y helechos, por muchas plantitas pequeñas y medianas, y admiraba el color de la hierba, que no era ya tan tierno como en la primavera, pero mostraba todavía su fresca juventud.
Mientras cada uno de nosotros participaba a su modo en aquella fiesta de la naturaleza, Gianna dio un grito: "¡Mirad al sol!", exclamó.
La luz de alrededor había disminuido sensiblemente. Delante del sol, una gran esfera giraba vertiginósamente y hacía aparecer que el mismo sol hubiese comenzado a rodar sobre si mismo. Al principio experimenté una sensación de temor, pero después miré serenamente aquel espectaculo, mientras la luz disminuía posteriormente en toda la zona.
"Si hubiéseis mirado antes hacia el sol", dijo Rafael en contacto cósmico, "nos habriais visto ya. Pero ahora queremos daros el saludo del Padre Dios Creador del Sol que da vida a la Tierra por su voluntad".
Mirabamos sorprendidos aquel insólito espectaculo, haciendo, de vez en cuando, comentarios de admiración. Nico llevaba consigo las gafas de sol, y todos nosotros probamos a mirar al globo rotatorio a través de aquellos lentes. Se veia todavía más nítidamente girar el disco centrado en el sol; y después que se miraba un poco, todo el sol parecia girar sobre si mismo.
Puesto que esto no parecia terrninar, me senté sobre la hierba. Tina vino a mi lado, y en voz baja comentábamos aquellos signos en el sol.
"La palabra Apocalipsis", decía Tina, "me da miedo, aunque se nos haya explicado bien que no tenemos nada que temer. Lo importante es que muchos hombres comprendan que han de abandonar el mal para ser salvados".
"Si nosotros mantenemos fijo nuestro pensamiento en las cosas maravillosas que existen en la creación", le respondí para reanimarla, "y permanecemos unidos a los operarios del Amor y de la salvación, podremos ayudar a los demas y ante todo a nosotros mismos".
Gianna dijo que creia en el triunfo del Amor Universal, más fuerte que todo mal. Nico afirmó que para él era dificil concebir una idea de justicia entendida como castigo. Así cada uno expresó su parecer.
El sol continuaba en su espectaculo y el disco que el giraba delante de él aparecía cada vez más nitidamente. Propusimos elevar una oración al Padre. Gianna formuló una que le salió del corazón. Le dio gracias por habernos dado la vida, la Tierra, el sol y por los Hermanos del Espacio, tan elevados y buenos.
Tina le rogó para que las mentes de los hombres fuesen iluminadas por el Amor Universal y se renunciase al mal en toda la Tierra para el advenimiento de la nueva era de paz. Recitamos al Padre Nuestro. Estabamos conmovidos, y cada uno sentía en su propio corazón el cariño y el poder de aquel Padre tan Grande y misericordioso.
De pronto Nico gritó: "¡Mirad hacia el sol!". Ahora el sol continuaba girando ya sin el disco delante, que se había desplazado lateralmente, sin salirse del todo de su circunferencia incandescente. Ya no era fácil dirigir los ojos hacia aquel foco, pero todavía era posible. Después el sol y el disco fueron dos cosas distintas, y todo volvió a la normalidad, incluida la luz del ambiente.
"¡Esto ha sido un don del Padre Dios para nosotros!". exclamó Gianna.
"Estos signos del cielo deberían hacer reflexionar a los hombres de la Tierra", decía Tina; pero los demás no podían comprender lo que a nosotros se nos había explicado más ampliamente.
Volvimos al valle cuando ya era de noche y nos cansamos bastante para volver a encontrar el lugar en el que habiamos aparcado los coches.

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